viernes, 9 de enero de 2015

Pero no se hizo el silencio

Tenue era la luz que iluminaba el cuarto. Un cuarto pequeño con poco a destacar: una estantería llena de libros, una alfombra con la esquina doblada y olvidada, un anciano escritorio bajo una musa disfrazada de ventana, disfrazada de mundo. Alrededor de éste un montón de bolas de papel arrugadas rebosando irritación y desmotivación. Sobre el anciano escritorio un folio en blanco y un lápiz.
 Muchas eran las historias que había creado el lápiz a lo largo de su vida. Vestido con franjas amarillas y negras, con una envidiable y afilada punta de grafito, recordaba cada palabra que había creado con su dueño, cada frase. Ahora descansaba tras una mañana de dura labor mientras su compañero de trabajo hace lo mismo en el pasillo con su café. Desde la habitación se le podía escuchar todavía.

 Ya estaba tardando en regresar y el lápiz se preocupaba. Lo añoraba. Seguían pasando los minutos y nadie entraba por la puerta del cuarto. Pero desde dentro se le seguía escuchando cada vez más fuerte y menos solo, pues una segunda voz le acompañaba, una voz terrorífica que gritaba para dar más fuerza a sus argumentos. Estos no existían.
 Al final entraron ambos, su añorado compañero y el enfadado hombre que parecía ser su jefe. La discusión era fuerte y por lo visto estaba relacionada con el trabajo que hacían hombre y lápiz. El ambiente poco a poco se volvía más y más insoportable. Se respiraba rabia y odio. Y el lápiz seguía reposando en el escritorio escuchando todo.
 La discusión continuó y llevó al voceador hombre hasta donde descansaba el lápiz. Golpeó la mesa. Volvió a golpearla y tiró el folio en blanco. Pronto cayó en que estaba siendo observado por la amarilla y negra herramienta de creación de historias. Agarró el lápiz y con fiereza lo lanzó contra el suelo. Después se marchó de la habitación.

 Tirado en el suelo se dio cuenta de que había perdido su envidiable punta de grafito, aquel hombre le había dejado mudo. Volvió a recordar, esta vez con tristeza, todas esas palabras y frases creadas con su dueño que ya no podría volver a reproducir.

 Pero no fue abandonado, su compañero de trabajo lo volvió a alzar con angustia por lo que le había pasado. Lo miró fijamente y no pudo evitar derramar una lágrima, el lápiz lo observó. Observó cómo se apresuró a abrir un cajón para sacar una pequeña cajita de plástico con un agujero en el extremo, por donde introdujo la despuntada cabeza del lápiz. La operación no duró mucho, tras darle unas cuantas vueltas el lápiz volvió a brillar con su de nuevo envidiable punta de grafito. Y así, lápiz y compañero humano volvieron a escribir historias de siempre e historias nuevas, y en silencio supieron que jamás dejarían de hacerlo.


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