Tenue era la luz que iluminaba el cuarto. Un cuarto pequeño
con poco a destacar: una estantería llena de libros, una alfombra con la
esquina doblada y olvidada, un anciano escritorio bajo una musa disfrazada de
ventana, disfrazada de mundo. Alrededor de éste un montón de bolas de papel
arrugadas rebosando irritación y desmotivación. Sobre el anciano escritorio un
folio en blanco y un lápiz.
Muchas eran las
historias que había creado el lápiz a lo largo de su vida. Vestido con franjas
amarillas y negras, con una envidiable y afilada punta de grafito, recordaba
cada palabra que había creado con su dueño, cada frase. Ahora descansaba tras
una mañana de dura labor mientras su compañero de trabajo hace lo mismo en el
pasillo con su café. Desde la habitación se le podía escuchar todavía.
Ya estaba tardando en
regresar y el lápiz se preocupaba. Lo añoraba. Seguían pasando los minutos y
nadie entraba por la puerta del cuarto. Pero desde dentro se le seguía
escuchando cada vez más fuerte y menos solo, pues una segunda voz le
acompañaba, una voz terrorífica que gritaba para dar más fuerza a sus
argumentos. Estos no existían.
Al final entraron
ambos, su añorado compañero y el enfadado hombre que parecía ser su jefe. La
discusión era fuerte y por lo visto estaba relacionada con el trabajo que
hacían hombre y lápiz. El ambiente poco a poco se volvía más y más
insoportable. Se respiraba rabia y odio. Y el lápiz seguía reposando en el
escritorio escuchando todo.
La discusión continuó
y llevó al voceador hombre hasta donde descansaba el lápiz. Golpeó la mesa. Volvió
a golpearla y tiró el folio en blanco. Pronto cayó en que estaba siendo
observado por la amarilla y negra herramienta de creación de historias. Agarró
el lápiz y con fiereza lo lanzó contra el suelo. Después se marchó de la
habitación.
Tirado en el suelo se
dio cuenta de que había perdido su envidiable punta de grafito, aquel hombre le
había dejado mudo. Volvió a recordar, esta vez con tristeza, todas esas
palabras y frases creadas con su dueño que ya no podría volver a reproducir.
Pero no fue
abandonado, su compañero de trabajo lo volvió a alzar con angustia por lo que
le había pasado. Lo miró fijamente y no pudo evitar derramar una lágrima, el
lápiz lo observó. Observó cómo se apresuró a abrir un cajón para sacar una
pequeña cajita de plástico con un agujero en el extremo, por donde introdujo la
despuntada cabeza del lápiz. La operación no duró mucho, tras darle unas
cuantas vueltas el lápiz volvió a brillar con su de nuevo envidiable punta de
grafito. Y así, lápiz y compañero humano volvieron a escribir historias de
siempre e historias nuevas, y en silencio supieron que jamás dejarían de
hacerlo.
#jesuischarlie
#yosoyFacu
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