“A una semana de someterse a su operación
de cambio de sexo, un transexual descubre que tiene un hijo, fruto de su única
relación hetero”. Este es el argumento de Transamerica,
una comedia estadounidense dirigida por Dunkan Tucker en la que se trata este
“polémico” tema de forma muy natural, y evitando todos los tópicos que se
pueden encontrar en otros largometrajes cuyo único fin es provocar la carcajada
del espectador ridiculizando a estos personajes. Pero, ¿por qué es un tema
polémico?
Hemos vivido un largo
periodo teocentrista en el que el prototipo de persona tenía que ser acorde a
la doctrina religiosa de turno, en nuestro país la católica, pero también
ocurre con otras como el islam. Este modelo humano es aquel que le atraen las
personas del sexo opuesto para conseguir su fin natural: la reproducción. Todo
lo que no cumpla estos requisitos lo hemos marginado durante años, convirtiendo
un simple tema en tabú. En otras épocas también fuertemente religiosas no
pasaba esto. La mitología griega y romana está llena de dioses y héroes, diosas
y heroínas, los cuales mantienen relaciones sentimentales con personas del
mismo sexo.
¿Y qué pasa con la transexualidad? ¿Por qué ha estado tan
apartada de la cultura popular? Al parecer nos costó más comprender de qué se
trataba. Un error común es confundirla con el travestismo, pero lo cierto es
que lo único que tienen en común son las tres primeras letras de la palabra. El
travesti simplemente disfruta vistiéndose con ropa propia del género opuesto.
Es decir, un travesti es una persona que viste diferente al canon aceptable en
la sociedad, por lo que tiene tanto en común con un transexual como un punki o
un emo.
La Asociación
Psiquiátrica Americana define la transexualidad como “disforia de género”, personas que tienen una contradicción
entre su identidad sexual o identidad de género en contraposición
al sexo biológico de su anatomía y cromosómico. Esto quiere
decir: enfermedad mental.
Pues, sinceramente, yo no lo veo así. La
enfermedad mental está muy bien representada por Alfred Hitchcock en el famoso
thriller Psicosis, en la que Norman
Bates se viste con ropa de mujer para acometer varios asesinatos. Al final de la
película, durante el juicio, una persona pregunta si esta forma de vestir para
realizar sus crímenes es debido a que es travesti o transexual, a lo que le
contesta el psiquiatra que no, que Bates tiene un trastorno de personalidad el
cual le lleva a actuar en ocasiones como su madre, imitando su voz y la forma
de vestir. ¡Esto sí es una enfermedad mental!
Tanto en el cine como en la vida real
deberíamos normalizar estos temas para dejar de ver enfermedades inexistentes y
empezar a vernos como seres humanos. Poco a poco la gran pantalla va abriendo
los ojos al respecto. Tampoco hay que hacer que el tema gire en torno al
transexual, como ocurre en Boys don’t cry
en la cual vemos a Hilary Swank intentando hacerse pasar por un chico, sino
como en Carne de neón, conseguir
quitarle importancia, ser un personaje más para poder ser una persona más.
“Después de mi operación ni siquiera un
ginecólogo será capaz de detectar nada fuera de lo normal en mi cuerpo. Seré
una auténtica mujer. ¿No le parece extraño que la cirugía plástica cure una
enfermedad mental?”, contesta a su psiquiatra la protagonista de Transamerica.